domingo, 22 de marzo de 2009

Las últimas lágrimas

Jaime estaba sentado en la cabecera de la cama, como todos los días a esa hora. Leía un libro, también como todos los días desde hacía tanto tiempo que verdaderamente no se imaginaba en otro lugar. En la cama que tenía enfrente yacía un espectro, la sombra de alguien que en una ocasión rebosaba vitalidad. Tenía nombre: se llamaba Ester.

En realidad solo hacía unos cuantos meses que Ester y Jaime se había conocido, en una despedida de soltero. Ambos se miraron de una forma especial en cuanto les presentaron: cualquiera de los allí presentes podía haber intuido como iba a acabar la noche, donde iban a dormir ambos, o, al menos, como. Lo que entonces sintió Jaime nunca penso que lo sentiría. Era algo imposible de describir, era aquello que, sin saberlo, había estado esperando toda su vida.

No era este el comienzo de una bonita historia de amor. Ester sabía desde hacía poco que tenía una grave enfermedad degenerativa, y que sus meses de vida se podían contar con los dedos de la mano. No quería, por encima de todo, dejar paso a sus sentimientos, enamorarse de Jaime y arrastrarle a una vida de condena, a una vida de sufrimiento, a una vida vacía nada más empezar.

Pero no era eso algo que pudiera decidir ella. Lo que estaba hecho no se podía cambiar. No sirvió de nada que se lo explicara a la mañana siguiente, que le hiciera ver la verdad, la cruda realidad. Él simplemente se negaba a aceptar lo obvio.

Un pitido estridente lo sacó de sus pensamientos. Una pantalla a su izquierda mostraba un fino trazo recto, y mucha gente vestida de blanco corría de un lado a otro. Él no entendía aquello. Miró de nuevo a la cama, entre todo el alboroto, pero rápidamente alguien lo apartó del lecho de Ester y lo sacó al pasillo.

Cuando, un par de minutos después, un hombre vino hacia él con semblante serio, él seguía sin comprender. Se asomó a la habitación y vio como tapaban el rostro de Ester con una sábana. Entonces su alma lo comprendió todo. Comprendió que la llama que unos meses atrás se había encendido dentro de él ya se había consumido. Y que, lo único que ya quedaba por hacer, era derramar las últimas lágrimas.

2 comentarios:

Tomica_naranja dijo...

que bonito, que triste, ¿lo has escrito tu o lo has sacado de algun sitio?

Manu AMS dijo...

Es mío