lunes, 13 de julio de 2009

Solo quiero un gorro

Hoy ha sido uno de esos días en los que madrugas sin tener que hacerlo, te gastas 1´45€ en un maldito viaje en autobús de 20 minutos y te diriges al matadero cual conejo despreocupado la víspera de un domingo de comida con la familia. Es decir, que me he ido de compras al Thader. Y digo lo de matadero por los hachazos que tengo que aguantar cada vez que subo allí (que afortunadamente solo es cuando no me queda más remedio).

Tengo que explicar un poco más esto. Resulta que, durante mi desarrollo embrionario, se produjo un error genético de apareamiento de cromosomas en mi futuro hueso de la cadera, cuyos efectos a largo plazo han sido que no haya un puto pantalón en tienda alguna que me esté bien, normal. Vamos, que ni me sobre ni me falte por algún sitio. Que se quede en su sitio, ostias. Afortunadamente, terapias de grupo y ayuda psicológica basada en el principio del ajo y agua han conseguido que me resigne a la evidencia, y que 45 minutos para encontrar un pantalón que me pueda poner sin al día siguiente salir en el periódico, sean parte de la rutina semanal.

Pero lo de hoy va mucho más allá. Esta vez no era un pantalón, ni una camiseta, ni unos zapatos. Era un maldito gorro.

Vamos, es que este tipo de prenda no es que tenga mucho fuste. Consiste en una cavidad más o menos cóncava (el sombrero) que entra en otra más o menos convexa (la cabeza). Hay congruencia. Además, se supone que el tamaño del cráneo no varía extraordinariamente entre los individuos. Pero no. El maldito trozo de tela no entraba. Miro la talla: es la más grande de la tienda (del Decathlon). Ahora también me harán coger complejo de cabezagorda, la virgen. ¡Yo qué he hecho!

Vale que lo de los pantalones puede deberse a varios factores: la ruindad de una sociedad y de un sistema capitalista donde todos deben seguir unos esterotipos que marcan las grandes marcas comerciales; o la cerveza y la tapita del bar de la esquina. Es imposible saberlo con certeza. Pero por dios, como me puede pasar también con un gorro.

Eso sí, no pienso resignarme. Mañana me voy a patear las tiendas del centro y no paro hasta encontrar uno que me entre, y además que sea de mi gusto.

Y que se joda el mundo.