jueves, 29 de diciembre de 2011

Metafísica triangular

Simplificas la vida para hacerla más cómoda, para hacerla más entendible. Reduces todos tus entresijos, todos tus entuertos, a 3 variables. Tres fibras que se entrelazan entre sí, con mayor o menor proporción, para originar pensamientos, ambiciones, lamentos y júbilos. Tu único objetivo es que esa proporción no sea mayor ni menor. Que sea la adecuada, la justa, la ecuánime. Como en un triángulo equilátero. Esa misma que no conoces, que ansías alcanzar, y que por supuesto, no existe.

Tres variables. Tres fibras. Los tres lados de un triángulo. Un triangulo isósceles, por ejemplo. Más verosímil que el perfecto equilátero. Más cercano a tu idiosincrasia.

Una de las fibras representa su base. Poco relevante, poco llamativa. Solo atrae su atención cuando se tambalea. O cuando, al ir acortándose irremediablemente, modifica los otros dos lados del triángulo, hasta el punto de que, cuando ella desaparece, todo finaliza. El polígono de 3 lados pasa a tener solo dos. Pasa a no ser polígono. A ser una simple línea, sin principio ni fin. Infinita sin más.

Las otras dos fibras, los restantes lados de ese triángulo isósceles, se complementan. Se apoyan uno sobre el otro por su extremo superior, para cerrar la figura. Para darle una forma. Un sentido. Son entes opuestos, que luchan entre sí con pasión en el interior de cada uno, conformando de ese modo tu propio triángulo isósceles.

Pero el triángulo isósceles no existe, francamente. Todos dejamos que uno de los dos lados crezca hasta imponerse y convertir en escaleno ese polígono que nos representa. Nunca fue equilátero. Y ahora ha dejado de ser isósceles, merced a una de esas dos fibras, que has dejado crecer y crecer. Irremediablemente, es un triángulo escaleno.

Solo queda preguntarte qué lado de tu triángulo isósceles decidiste alargar. Yo opté por el izquierdo. Y por eso estoy aquí.