domingo, 29 de marzo de 2009

Las últimas lágrimas (2)

Jaime meditaba sentado bajo un árbol, en el parque situado debajo de su casa. Desde pequeño le había gustado aquel jardín. Era grande, lo suficiente como para poder elegir un rincón solitario y silencioso, ya que aunque estaba en el centro de la ciudad, se respiraba en él una paz que difícilmente encontraba en otro lugar. O tal vez era que le resultaba más fácil sumergirse en sus pensamientos en ese sitio, allí donde tenía buenos recuerdos del pasado.

La nube que llevaba algunos minutos tapando el sol se apartó de repente, y un destello se coló por entre las agujas de pino entre las que se encontraba inmerso, cegándolo y obligándolo a desviar su mirada. Esto hizo que se fijara en uno de los edificios que tenía enfrente. Allí vivió una amiga de la juventud, a la que estuvo bastante unido en su tiempo. No obstante, aunque todavía se felicitaban las navidades, ella se había ido a estudiar a otra ciudad, y allí conoció a la persona con la que acabaría viviendo. No la veía desde hacía bastante tiempo.

Es cierto que aún le quedaban amigos y amigas en la ciudad. Pero su relación con ellos había ido cada vez a menos desde el día que cada uno celebró su boda, ya fuera por la Iglesia, por lo civil, o de palabra. Nunca pensó cómo habría sido la suya, en caso de que su relación no hubiera tenido tan pronta fecha de caducidad. Tampoco tenía sentido pensarlo ahora.

Tampoco tenía sentido pensarlo ahora.

Parecía mentira que esa frase fuera suya. Se la habían repetido mucho en el pasado, y poco caso había hecho. Era inútil amargarse y sufrir por lo inevitable, pero aún sabiéndolo, era algo que él no podía decidir. ¿Acaso puede elegir uno a qué velocidad le late el corazón?

1 comentario:

Tomica_naranja dijo...

que guay, me gusta mucho, me recuerda un poco a la entrada que yo escribí, pero solo al principio.