domingo, 25 de marzo de 2012

Amar, cambiar

Es de estúpidos pensar que algo cambia en una persona cuando se cumplen 18 años desde el día en que salió de la matriz. Sin embargo, es el límite que establecemos para considerar a alguien adulto. Nada ha cambiado en ti, mas se te considera una persona nueva, en muchos sentidos. Con más responsabilidades, con más sensatez, quizás. Pese a que todo el mundo sabe que eres el mismo individuo que sale por la puerta del aula de su Instituto/Facultad (según el signo del Zodiaco).

Son los acontecimientos, y no las matemáticas, los que definen a una persona como adulta. Y sí, eso sería administrativamente un coñazo. Aunque más eficaz (Dios, acabo de descubrir el paradigma del funcionamiento de este país).

El primer enamoramiento define lo que es la transición adolescente-adulto con una precisión tal que debería registrarse en nuestros DNIs. Y no me refiero a que pierdas ese toque de inocencia y de ingenuidad que resulta irremediable. Cuando se ha experimentado esa sensación, se ve distinta forma el mundo que te rodea. Puedes releer un poema o un libro que leíste con 15 años, y apreciar cosas que antes no veías. Puedes entender películas que hasta ahora no suscitaban nada en ti. Comprendes mejor a la gente que te rodea. Comprendes mejor la idiosincracia de la vida humana, en definitiva.