lunes, 26 de abril de 2010

Congreseando

Tenía en mente este fin de semana escribir una buena reseña del Congreso de estudiantes de Medicina al que he asistido este jueves y viernes pasados, aunque la verdad es que ahora, en mi hora preferida para "trabajar" en el blog (los domingos por la noche no hay mucho más que hacer), no encuentro demasiado a lo que aludir.

Se discutieron muchos temas de interés para el séquito estudiantil del fonendoscopio: MIR, troncalidad, nuevas facultades... que no poseen aquí demasiada cabida. Además, tampoco hay mucho que rascar en ellas. Los políticos queriendo cambiar las cosas que están bien, y no tocando las que se hacen mal; mientras el resto nos quejamos sin poder hacer mucho más. Lo de siempre.

En fin, lo lamento. Mi vena socialístico-revolucionaria está hoy apagada. Y eso que estuvo bastante encendida estos dos días pasados.

Me parece más interesante hablar de mi experiencia en el ámbito de lo que este acontecimiento ha podido aportar a mi instrucción médica. No mucho en principio, porque fueron 3 talleres de apenas 2 horas de duración cada uno. No obstante, sirvieron para mostrarme nuevos mundillos a los que no tengo muy claro que hubiera accedido durante la carrera. Me estoy refiriendo a mi segundo taller. La verdad es que la historia es curiosa.

El taller en cuestión se llamaba "Signos Médicos". Había diversidad de opiniones, entre los que se habían apuntado (y los que no) sobre lo que podía abarcar. Yo no lo tenía muy claro, pero intuía que podía ser algo relacionado con pequeños detalles o signos que se apreciaban en personas que padecían ciertas enfermedades. Algo lógico, viendo el título.

Pues no. Ni por asomo.

El taller estaba relacionado con el mundo de las personas sordas. Nos mostraron un poco la situación del paciente sordo que acude a la consulta con un intérprete (o sin él). Nos explicaron cuál era la mejor forma de actuar. Y al final, un poco del lenguaje de sordos, especialmente en el ámbito de la medicina, que se supone es lo que debemos conocer. Bastante curioso, en definitiva, y útil. Y tengo por seguro que de haber conocido el objetivo del taller, no me habría apuntado.

Pienso que al final estas pequeñas cosas son las que acaban distinguiendo a un buen profesional en el futuro, de una persona que se empolla los libros de Medicina Interna y los suelta de memoria en el MIR. De un médico que es capaz de recetar antihipertensivos de por vida a un paciente de 19 años, sin investigar nada sobre el asunto.

Y esto último no es que lo diga por nada...

martes, 6 de abril de 2010

Un lugar del que marchar

Es harto sabido por todos lo que llega a cambiar una persona en pocos meses cuando se encuentra habitando alrededor de los sinuosos 20 años, como es mi caso. En enero acudiendo a las manifestaciones de UGT; y en noviembre de ese mismo año votando a la derecha. Este día escuchando AC/DC a todo volumen; y al siguiente con el mp3 repleto de Nino Bravo.

Tonterías varias de la edad, en definitiva, que pocas repersuciones van a tener al final, excepto risas y/o llantos cuando se ven las fotos de un año atrás. El problema sobreviene cuando esa mente confusa, que ni sabe lo que quiere, debe tomar decisiones importantes. Cuando debe dirigir el rumbo de una nave en la que dentro de unos meses se sentirá extraño, deseando entonces surcar otros mares y sentir la brisa de otras costas, que ahora lejos quedan. Tranquilos, no quiero cambiar de carrera, ni he encontrado la verdadera Fe y voy a meterme a testigo de Jehová errante. Esta retahíla de leves lamentaciones tiene un sentido diferente.

Suelo referirme constantemente en mis entradas al verano del 2008, y esta vez voy a rememorarlo de nuevo. Y es que fue el fin de muchas cosas, y el comienzo de otras tantas. Contento estaba entonces por la "suerte" de tener en mi misma ciudad la carrera en la que había decidido embarcarme. No tenía necesidad de cambiar de aires. No había ningún motivo para abandonar mi querida Murcia.

Querida Murcia, hastiada Murcia. No tengo nada en contra de la ciudad, que siempre me ha gustado. Pero no es el lugar donde quisiera vivir mi juventud. Al menos, no toda ella. La edad, la madurez (relativa), trae consigo ciertas necesidades que la vida que hasta ahora he llevado ya no puede satisfacer. Cada día se hace más pesado avanzar por un camino que no parece llevar a ningún sitio. Cada día aumenta el afán por tomar otra dirección.

No quiere eso decir que quiera huir de todo lo que soy. Me he labrado unos raíces y forjado unos lazos en esta ciudad, en mi vida, que sin duda son los que me van a permitir salir de ella, a buscarme a mí mismo, y a encontrarme. Con la tranquilidad de que, si todo fracasa, tengo un lugar y una gente a la que volver.

En definitiva, y hablando ahora desde el realismo puro y duro. Poco queda de seguir despertándome frente a la Sierra de Carrascoy, y seguir tomando el 39C para llegar al vetusto edificio donde estudio. La primera oportunidad que se me presente no será desperdiciada.

Y para acabar, el estribillo de una canción del nuevo disco de Avalanch, que me ha encantado:

"Me rasgué
La vida, para ver,
Si mi alma aún sentía.
Si era digno de ti.

Me inventé
Mil motivos para huir
Solo uno para odiarme
Por haberte hecho sufrir."